¿Libre el ser humano?

El texto en cursiva es un extracto de Cartas Abiertas; correspondencia entre un ateo y un creyente, Jean-Guy St-Arnaud y Cyrille Barrette publicado en “Éditions MédiasPaul”

TRADUCCIÒN LIBRE (texto original en francés)

(...) La cuestión de la libertad, es en efecto, inmensa. Se canta la libertad. Se combate para conquistar cuando está despreciada y rechazada por regímenes totalitarios. (¡Todo lo que no está defendido es obligatorio!) o amenazada por leyes injustas y por la presión ciega de las multitudes.
Espontáneamente, todo ser humano busca ser libre y reivindica la libertad como el más precioso derecho, derecho de pensamiento y de opinión, de expresión y de palabra, de asociación. Eso es lo que consagraba, en 1848, la Organización de las Naciones Unidas en su Declaración Universal de los derechos:

«Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y en derechos. Están dotados de razón y de conciencia y deben actuar los unos hacia los otros en un espíritu de fraternidad. Entonces los pueblos que se respeten deben favorecer la libertad, la igualdad y la fraternidad de cada uno de sus ciudadanos, y buscar entre los países, el libre intercambio y la libre circulación de bienes. »

El ser humano es libre, ¿sí o no? Con toda evidencia la respuesta es: sí y no. El niño al nacer no está libre. Lo será, a lo largo de su cronología, de su historia, de su maturación, al liberarse, es decir, al descubrir e inventar su autonomía. Para tener en cuenta el crecimiento del ser humano, sería más justo hablar aquí de liberación (como proceso) más que de libertad. (...)
Asegurar el pasaje de la infancia a la madurez, es llevar al niño quien es esencialmente llevado por otro a comportarse por sí mismo, a pasar de un funcionamiento de complacencia o de conformismo a un funcionamiento de convicción. El acceso progresivo a la libertad, se tiene que notarlo, no abole las leyes ni los determinismos numerosos que continúan a regir nuestra vida, pero nos permite liberarnos y sobrepasarlos, hasta cierto punto, al integrarlos y al componer con ellos. Entonces es por medio de la emergencia y el crecimiento de nuestra libertad que se opera la maravillosa conquista de nuestra identidad profunda.
(...)
Nuestra conciencia, al comienzo, aparece como una suerte de estuche, de matriz, de nido, donde puede nacer el regalo más precioso que la vida da a la persona humana: la libertad, con todo lo que eso implica, la inteligencia y el amor, la capacidad de juzgar, de discernir y el coraje de decidirse y de responder de sus propias acciones. (...)

Se tiene que ir más lejos y reconocer que el secreto de la libertad reside esencialmente  en un gran amor, una gran pasión que relativiza, sin destruirlos, todos los demás amores humanos. Es la amplitud afectiva que procura a la libertad su propio espacio, en engrandecer para decirlo así, y al estirar el alma. La libertad manifiesta que somos hechos para algo más grande. Se define como una calidad del amor que no está forzado, que nada bloquea y para. Solo una gran pasión de amor (que se trate del amor de Dios, de la ciencia, de los artes, de las personas) permite, en última instancia, con el concurso indispensable de la inteligencia (para esquivar derivaciones), de operar la radical relativización de todo lo demás. (...)

La libertad se encuentra con varios títulos en el mismo corazón de la vida cristiana y, en primer lugar, en Jesucristo, hombre libre por excelencia. Hasta los que no creen en él, a menudo debido a algunos cristianos o Iglesias que le desfiguran, reconocen la singular calidad de su libertad, en su manera de estar, frente a su medio, frente a la muerte y en sus relaciones con Dios.


                                                                               Jean-Guy

El secreto de su libertad se encuentra en el amor soberano, hecho de confianza incondicional y de total abandono, que le une a su Padre.